Tiene setenta y tantos. Sentado, con un vino y mientras ojea el periódico, tararea a los Black Crowes, Lucinda Williams, Van Morrison y cualquier cosa que suene…Estoy segura de que no los conoce, pero los tararea y sigue el ritmo de la música golpeando con el brazo estirado sobre la mesa.
Hace unos días, me dijo que este rato de periódico, vino y música tan agradable es su momento más feliz del día.
Hoy me ha conmovido al confesarme que es más feliz que antes, cuando era joven, cuando viajaba, se movía y conocía mucha gente. Ahora apenas sale de casa. Cuida de su mujer enferma. Dispone de cincuenta minutos diarios en los que puede faltar, los cincuenta minutos que una trabajadora social se ocupa de ella. Los aprovecha para hacer la compra, leer el periódico en el bar y tomarse dos copas de vino. Y confiesa que es feliz cuidando de su mujer porque haciéndolo siente que le está compensando por las ausencias del pasado, y esto le da paz.
Escuchándole he comprendido que siempre hay esperanza para la felicidad, y que ésta está hecha de pequeños momentos.
Me lo estaba mostrando desde el primer día, cuando entraba por la puerta sonriendo, siempre alegre, siempre atento, a disfrutar de sus cincuenta minutos, pero yo no prestaba atención. Hoy he sido humilde , he aparcado prejuicios y he escuchado y el pequeño momento de esta conversación me ha hecho feliz. Me he sentido feliz por su felicidad y feliz por esta enseňanza que me ha regalado.
Gracias!!!
26 de Septiembre del 2015