Detesto la fealdad, no la de los cuerpos, ni las caras, qué fácil…, detesto la fealdad en las actitudes, las formas, el comportamiento, las palabras, por maldad, por mezquindad, por codicia, por cobardía, y la fealdad por desidia… imperdonable!!
Hoy ha venido un hombre, he odiado su camisa, la desproporción de sus pantalones, la raída carpeta que traía, su lastimero discurso, la flaccidez de su mano en el saludo. No sabía qué traía ni a qué venía, pero tras el saludo y el primer contacto visual, he sentido que mi respuesta a lo que fuera que fuese era un NO, sin argumentos y sin excusas, implacable NO que daría en su momento, si llega a traerme dinero me hubiera quedado sin él “pero a salvo el honor”(parafraseando a Silvio Rodríguez) porque no me presto a la conmiseración ni a quien la pretende cuando me encuentro con la imagen de la desidia, injustificada.
No era alguien más necesitado que yo, no era un inmigrante con un certificado de residencia de esos firmados por el Secretario de cualquier Ayuntamiento diciendo que el dinero que le des es para pagarse el billete de vuelta a su país y no parecía una persona que tuviera comprometida su propia supervivencia, cosa que me hubiera hecho sentir empatía. El venía a venderme sus servicios. Un técnico autónomo que ha hablado mal de su anterior empresa y de sus compañeros, que ha relatado sus litigios con su empresa robándome mi tiempo sin ningún respeto y que no ha aceptado mi primer NO ni el segundo hasta que con el aplomo que da el hartazgo, le he pedido que se fuera y me he retirado yo para dentro.
Reivindico la estética, no frívola ni superficial, estética como síntoma de dignidad, y de respeto, en la imagen, en el trato, en la forma de dar la mano, en la franqueza de la mirada, y detesto el comportamiento de quien invade mi espacio, tan feamente con la mirada del cazador furtivo esperando que la presa caiga en su lazo. Después, es más fácil venderme cualquier cosa.
Noviembre 2014