Ahora, todos los días son largos. A veces, me quedo allí, inmóvil, junto a la ventana, calculando qué distancia me separa de ese sendero que veo enfrente y que a salvo de casas y personas se dibuja entre los arbustos primero, entre los árboles después, para luego hacerse pendiente y volverse infinito, porque si lo cogiera podría dar la vuelta al mundo sin retroceder en ningún momento. Hace días que me está llamando y me invita a recorrerlo. Me promete que disfrutaré y me habla de éxtasis. Por el momento, la distancia que me separa de él son los recuerdos. Salvada esa distancia, sólo tendré que recorrer 2 tramos de escalera, abrir la puerta del primer piso, salir por la de la terraza, atravesar 25 metros entre las prietas berzas del huerto y lo alcanzaré. Hago este ejercicio mental todos los días, inmóvil, junto a la ventana. Pero ahora, ya sé que un día de éstos voy a acudir a su llamada, porque algo ha cambiado, no sé, me está atrayendo como al marinero el canto de las sirenas. Creo que hay otro mundo en ese sendero y yo me muero por descubrir otro mundo.