Sus desolladas manos languidecieron en sus caderas. Sus hombros comenzaron a temblar. La boca se le contrajo en desgarrados sollozos y de sus ojos comenzó a manar toda el agua que inundaba su corazón.
La larga búsqueda había terminado.
Con los pies paralizados, alargó los brazos hacia delante, mientras sus rodillas se doblaban hasta tocar el suelo. Enfrente, una imagen borrosa y polvorienta corrió hacia ella hasta llenar el hueco de sus brazos.
No quedaba nada, ni casa, ni sustento, ni familia, ni objetos cotidianos, pero su desolación se transformó en la más inmensa felicidad por el hijo recuperado del desastre.